
Se encontraban dos jinetes y sus caballos silenciosamente, cuando de pronto las áreas verdes desaparecieron y una roca no paraba de crecer. El hombre que iba de guía era un indio viejo y el otro un niño blanco de 10 años que iba a la escuela. Al niño se le decía blanco por el color de la piel, pero en las venas llevaba la sangre de su madre, una india bella y dulce.
El niño estaba atraído por la mirada del hombre hacia el panorama y se preguntaba dónde estaba

la famosa cruz. Los arrieros estaban esperando que su jefe, un cholo de 40 años, de una orden pero sólo sacó un licor para ofrecer, el cuál fue consumido por el guía. Los hombres continuaron su camino, pasando por una piara de mulas, y una de ellas tenía una piedra azulada enorme. El guía y los arrieros se sorprendieron.

La roca había sido labrada a dinamita y pico en la parte vertical. Su forma parecía una agrupación de nubes por un lado, y por otro era un abismo. El niño sentía que sus nervios se distendían, así que el caballo se detuvo frenéticamente. En el altiplano andino, surgieron pedrones azul oscuro o negros o rojos medios redondos por las llanuras. El indio localizó una piedra, la levantó y se la ofreció al niño, pero este lo rechazó, así que las guardó en las alforjas. También decide recoger las piedras desde donde estaban, pero el niño sólo quería la cruz.
El indio le dijo que la cruz estaba por ahí, sin embargo, el niño no la distinguió. Había

una costumbre que consistía en dejar una piedra junto a la peaña, pero el niño pensaba que eso era cosa de indios, cosa de ignorantes, pero su madre de seguro que hubiera querido que deje la piedra. El niño quería que el hombre devuelva la piedra porque se contaba que a los que se la llevaban, les caía un rayo, pero este no lo hizo. Él insistía en que devuelva la piedra hasta que un rayo con destino al hombre, mató a don Montuja, sin embargo, el hombre no cambiaba de posición así que continuaron, se cansaron y hasta se partieron sus labios.

Ambos continuaban con las piedras en manos. De pronto hablaron del cerro huara que para unos era cerro de piedra, el hombre sacó las piedras, se puso de rodillas e hizo un ritual mirando a la cruz que hizo que el niño se asuste. De la nada la naturaleza se volvió más bella de lo que era y el niño impactado solo tomó una piedra e hizo la ofrenda a la cruz.
Yo creo que Ciro Alegría no trata transmitir en su obra lo duro que era para algunos vivir, pero más que todo lo bello que es la naturaleza, a la cuál deberíamos cuidar siempre para evitar que esta se deteriore. Muchos de nosotros deberíamos ser más conscientes con respecto a la naturaleza ya que esta no es un juego, sino un regalo que debemos proteger para poder vivir en paz.
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